5 de diciembre de 2010

Au revoir


Todavía no era muy tarde cuando me di cuenta. Las horas pasaban y todavía sentía ese nerviosismo que hace tiritar las tripas como si tuvieran vida propia.
Las horas pasaban y de pronto ya no te miré a los ojos. Te veías extraño en esa postura. Estabas al teléfono, es verdad, pero de pronto comprendí que ya no eras el mismo de antes.
Quizás, el tiempo nos estaba pasando la cuenta. Las horas que nos veíamos eran menos de las que dormía cuando trasnochaba. Además, de la aparición de cierto ser humano que revolucionaba tus hormonas cada vez que la veías. Todavía no sé a que vino, si en dos semanas tenías que volver.
Yo, por otra parte, creo que tampoco pensaba en ti. Si ni follar era agradable. Esas cosas nos pasan a las mujeres, al parecer, cuando se siente que el otro, no, los dos, ya no son los mismos.
Hay veces, en que tu mirada viene a mi recuerdo. Esos ojos enormes mirándome con deseo, creo que son lo que más extraño. Y tú, por supuesto, parece que estas cada vez mejor sin mí.
Ya te dije que no era muy tarde cuando me di cuenta. El avión estaba a punto de partir, según tú, cuando me dijiste una de esas frases en francés que nunca entendí bien, porque siempre las gritabas en el susurro más próximo a no escucharse.  
Cuando te dije que era mejor que se acabara, justo pasaste la mampara que te ponía lejos de este país de hipócritas. Ahí se iba el franchute que me habló al oído en una fiesta cualquiera. El mismo huevón al que las tipas miraban con deseo y que yo intenté querer.
Ahí te fuiste de vuelta a tu hediondo país, ese que describiste tan bien en la carta que enviaste, contándome que extrañabas el aroma de las flores del Cajón del Maipo. Que te vaya bonito. Chao, (Au revoir) David.

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