29 de diciembre de 2010

Sonrisa Eterna


(Inspirado en las tomas de Clemente Bernard)
Es julio de 1935 y nos hemos cansado de correr. Parece que estos militares son máquinas que olfatean donde estamos. Los amigos de esos años, en que reinaba la paz, ya han desaparecido.
Siento miedo, miedo de no saber si mañana estaré vivo o muerto. Dónde quedó el consuelo prometido, dónde quedaron las familias que me encontré en mi último viaje. Mi mujer y mis hijos, han desaparecido, como si la tierra se los hubiera comido. Siento miedo. Sí, mucho miedo, de que la España en que nací, después de esto, sea territorio muerto. Lucio Rodríguez, me llamaron mis padres, Maldito Perro me bautizado el sargento. Si, ya siento el miedo. Ahí vienen… Amigos, sonrían hasta la eternidad.
Apenas ha pasado un mes de que nos trajeron aquí. Sin embargo, es la eternidad la que nos ronda, como en un tiempo infinito donde todo queda estático. Afuera, siguen cañoneando  las paredes. Aquí, sigue llegando gente de todos lados, y otros, siguen marchando a quizás qué lugar.  Ayer partió Julián, hoy se fue Félix y algo me dice que cualquiera de estos días seré yo… Amigos, afuera, sonrían hasta la eternidad.
En Burgos, ya no sonríe nadie. Ayer trajeron a mi amigo Doroteo. Dentro de toda esta angustia, siento alegría de ver un rostro conocido y amable en este calabozo. Pero el miedo no se ha ido. Se mete por las barracas y se acuesta en nuestras camas para no dejarnos dormir. Sentado, los cuarenta y cinco que hay en esta pieza de dos por dos, y unos encima de otros, nos aprieta el miedo, pero no los huesos. Amigo Doroteo, prométeme que sonreirás hasta la eternidad.
Otra vez, viene ese hombre atormentarme. Palos, cadenas y de nuevo las esposas. Pero espera, se llevan a mi amigo.
ALTO, A ÉL NO… TIENE UN CHAVAL QUE ALIMENTAR… 
CÓMO LE EXPLICO MI GENERAL… CÓMO LE EXPLICO…
Más garrotazos en mi cabeza. La muerte me espera. Ahora camino contigo. Sonríe amigo, sonríe, por favor sonríe hasta la eternidad.
Nos arrodillan, nos vendan, pero escucho una voz familiar. El miedo, si, es el miedo que me acompaño. Se despide. No te vayas, quédate. Si te vas, es porque…
APUNTEN…

Le temo a mi sonrisa.
Mis hijos, mi esposa. No pensé que estuvieran aquí. Ha pasado tanto tiempo. A mi lado, en este hoyo profundo, están Julián, Félix, Doroteo y Gregorio. Gregorio, cómo llegaste aquí. Si pensé que te habías mudado a Castilla.
Amigos, celebremos. Una sonrisa se nos quedó en la cara. Una sonrisa que se plasmó en nuestros huesos… La sonrisa que les pedí para sentir menos miedo. Si, esa sonrisa eterna, que nos acompaña hasta el fin de los tiempos.
Compañeros, miren al cielo. Ya no estamos en esa caverna que nos vio morir. Si supieras la historia, amigo liberador. Por eso, sonríe, sí, tú también sonríe. No tengas miedo. Te regalo la España en que nací. La misma España, donde mis padres me llamaron Lucio Rodríguez. La España que vio morir la tierra de las castañuelas y el flamenco.
Amigo liberador, te regalo mi sonrisa eterna. Te regalo, mi historia. Desde ahora, tu historia y también tu sonrisa.

22 de diciembre de 2010

Receta para una Pena de Muerte


Miércoles. El día lo había esperado por veinticinco años. Éste sería mi último desayuno.
La clemencia en este lugar no existe. Clemencia, sólo existía en mi vida pasada. La niña, señores, no la maté yo.

El Desayuno: 
 Nugetts de verduras preparados finamente con hierbas. Primero, el choclo y luego las arvejas. Huevo, harina, aceite, sal, pimienta y el amargor de aquel día.
Lástima, eso sentía la gente. Es como si el mundo supiera que soy inocente. Pero qué. Es que acaso realmente hay compasión por este negro condenado a pagar la pena que no cometió. Dónde quedó el Dios que una vez prometió protegerme.
¡MIEDO, SÓLO MIEDO!

El Almuerzo: 
Sopa de  mierda. Jugos de áspero veneno, migajas podridas de compasión. ¡Sí, compasión!, como si nunca lo hubiera sentido. Veinticinco años, en que la misma sopa de pollo sabe a mierda, diarrea, sabor a rata muerta. Manzanas podridas, con jugos de desesperación, veneno no letal, veneno… veneno al fin y al cabo.
¿Qué hacía ahí, a esa hora y ese día olvidado hace veinticinco años?
El mundo se me ha olvidado. Se me ha olvidado. Olvidado.
Las tres de la tarde. Ohio, Estados Unidos. La nación de la libertad. Libres. Hombres negros, libres. Corredor de la muerte en el Penal de los Condenados. Ya se me fue la mitad de la vida, la perdí en esta cárcel. La viví muerto, donde la vida no es vida. Vida que no vive y que detiene el tiempo en este penal.
Las cincos de las tarde. Como si millones de días hubieran pasado. No hay madre, no hay padre. Ni esposas. Ni hijos. No hay culpables, ni víctimas ni victimarios.
Me recuesto en la sala blanca. Hombres me miran con indecencia. Letal. Ha llegado mi hora. La hora que definitivamente voy a morir, para que la condena termine.
Amárrenme, acabemos con esto.
Mi piel negra recubre esas venas que me llevarán a la libertad.

La cena:
  • Ingredientes 
Medio litro de suero fisiológico. Tres dosis de Inyecciones letales. Una liga para acentuar las venas. Agujas para inyecciones intravenosas, bránulas, mangueras de cero coma cinco centímetros. Cinta adhesiva. La pena de muerte.
  • Preparación
 Con la liga rodee el brazo para que el prisionero exponga sus venas. Mientras, agregue al suero la primera dosis de droga letal. Batir la mezcla por unos pocos segundos. Conecte la bránulas con la manguera  y la mezcla de suero con letal. Luego conecte al preso por la vena de alguno de sus brazos.
  • Tiempo de espera: 10 min. Repetir la acción tres oportunidades.

10 de diciembre de 2010

Una Huevada

¡Cállate, huevón!
Fue lo primero que escuché salir de tu boca. Hasta cuando con la estúpidez de masculinizarme. No tengo pene, huevón. Deja de verme hombre.
Esta hembra no quiere más que sentir el calor de un cuerpo masculino, no que la masculinicen.

¿Es tan difícil entender eso?

Las otras noches, cuando en silencio me tocabas, parece que claro te quedó que de macho, nada. Entonces, cuando llegue otra vez ese momento, donde solos tú y yo nos quedemos, permiteme contarte al oído, que nada escondo en la entrepierna.

No pienses que te estoy condenando por estúpido, pero en verdad ya me he cansado de que huevonees mi existencia. Trátame con cariño, si realmente te importa, no pido más que un poco de comprensión, señor Huevón, tonto y absurdo, cariño mío.

5 de diciembre de 2010

Au revoir


Todavía no era muy tarde cuando me di cuenta. Las horas pasaban y todavía sentía ese nerviosismo que hace tiritar las tripas como si tuvieran vida propia.
Las horas pasaban y de pronto ya no te miré a los ojos. Te veías extraño en esa postura. Estabas al teléfono, es verdad, pero de pronto comprendí que ya no eras el mismo de antes.
Quizás, el tiempo nos estaba pasando la cuenta. Las horas que nos veíamos eran menos de las que dormía cuando trasnochaba. Además, de la aparición de cierto ser humano que revolucionaba tus hormonas cada vez que la veías. Todavía no sé a que vino, si en dos semanas tenías que volver.
Yo, por otra parte, creo que tampoco pensaba en ti. Si ni follar era agradable. Esas cosas nos pasan a las mujeres, al parecer, cuando se siente que el otro, no, los dos, ya no son los mismos.
Hay veces, en que tu mirada viene a mi recuerdo. Esos ojos enormes mirándome con deseo, creo que son lo que más extraño. Y tú, por supuesto, parece que estas cada vez mejor sin mí.
Ya te dije que no era muy tarde cuando me di cuenta. El avión estaba a punto de partir, según tú, cuando me dijiste una de esas frases en francés que nunca entendí bien, porque siempre las gritabas en el susurro más próximo a no escucharse.  
Cuando te dije que era mejor que se acabara, justo pasaste la mampara que te ponía lejos de este país de hipócritas. Ahí se iba el franchute que me habló al oído en una fiesta cualquiera. El mismo huevón al que las tipas miraban con deseo y que yo intenté querer.
Ahí te fuiste de vuelta a tu hediondo país, ese que describiste tan bien en la carta que enviaste, contándome que extrañabas el aroma de las flores del Cajón del Maipo. Que te vaya bonito. Chao, (Au revoir) David.