18 de agosto de 2012

Como un pobre ladrón (texto antiguo y olvidado)


  Todos sabían que no era una tarde normal. Él día había estado cambiante el ambiente.  Miguel ya quería hablar con el funcionario de prisiones para que le contara de  su caso. “Nada nuevo” le dijo el amigo vigilante, tratando de disimular lo que sabía. Al hombre lo habían condenado a pena máxima, aunque todos conocían la verdad: él nada cometió.

  Pena capital para un antiguo militar obligado a participar en el conflicto bélico que se produjo cuando era un muchacho. Qué podría saber él de la vida, si al persuadir metódicamente a cada ser vivo sentía que nada valía, que ni un loco haría eso.

  Pasaban las semanas y nadie le contaba nada. Miguel ya sabía que la decisión había sido tomada, sabía que todos sabían, todos menos él, que sería condenado.

  Llegó el día y el sujeto fue abruptamente despertado. Él sabía que el veredicto era clasificado, pero se le pasó por la mente que no seguiría con vida.

  El guardia de su celda, le dio la entrada a otro funcionario y con firme y burlesca voz le preguntó: “Esa cosa es lo que vamos a neutralizar”. Neutralizar sonó como un eco en su cabeza y lo peor fue la respuesta de su amigo vigilante “sí, Señor, él es”.

  Al llevarlo al patio penitenciario se fijó en cada una de las personas que nunca más volvió a ver: la línea de ejecutadores, el sacerdote, el juez y los otros reclusos que también serían linchados.

  “Miguel Cárdenas Cárdenas, tome posición”, lo llevaron a la silla y lo amarraron. “¡apunten…fuego!”. El hombre se sintió fallecer, no entendía nada, no sentía nada, cerró los ojos y ahí quedó, muerto sin vida, sin nada.

  Uno de los condenados repetía con triste voz “unos somos mafiosos, otros somos lanzas cualquiera, pero este hombre, que nada cometió, lo acabaron igual que a cualquier pobre ladrón”.

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